El buen libro de Rosa Montero, "La loca de la casa", nos deja muchas interesantes reflexiones sobre la escritura. Nos dice, por ejemplo, que al escribir uno plasma en el papel las miles de opciones que pudimos haber escogido o vivido:
Tal vez llevemos otras posibilidades de ser; tal vez incluso las desarrollemos de algún modo, inventando y deformando el pasado una y mil veces. (264)
A propósito, nos dice que escribir es sacar lo más profundo de nosotros. O, como Sabato decía, echar luces en el museo oscuro que llevamos dentro:
Lo que hace el novelista es desarrollar estas múltiples alteraciones, etas irisaciones de la realidad, de la misma manera que el músico compone diversas variaciones sobre la melodía original. El escritor toma un grumo auténtico de la existencia, un nombre, una carta, una pequeña anécdota, y comienza a modificarlo una y mil veces, reemplazando los ingredientes o dándoles otra forma, como si hubiera aplicado un caleidoscopio sobre su vida y estuviera haciendo rotar indefinidamente los mismos fragmentos para construir mil figuras distintas. Y lo más paradójico de todo es que, cuando más te alejas del caleidoscopio de tu propia realidad, cuanto menos puedes reconocer tu vida en lo que escribes, más sueles estar profundizando dentro de ti. (265-266)
Siempre he creído que la lectura o la escritura es un acto de meditación per se. Rosa Montero también opina lo mismo:
Para mí la escritura es un camino espiritual. La filosofías orientales preconizan algo semejante: la superación de los mezquinos límites del egocentrismo, la disolución del yo en el torrente común de los demás. Sólo trascendiendo la ceguera de lo individual podemos entrever la sustancia del mundo. (269)
Y, finalmente, escribimos para el lector que todos llevamos dentro (en palabras de Montero) y también para autoconocernos:
Escribir novelas implica atreverse a completar ese monumental trayecto que te saca de ti mismo y te permite verte en el convento, en el mundo, en el todo. Y después de hacer ese esfuerzo supremo de entendimiento, después de rozar por un instante la visión que completa y que fulmina, regresamos renqueantes a nuestra celda, al encierro de nuestra estrecha individualidad, e intentamos resignarnos a morir. (271)
Bibliografía
MONTERO, Rosa. La loca de la casa. Buenos Aires: Alfaguara, 2003.
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